Virginia Satir, una de las precursoras de la Programación Neuro-Lingüistica decía: “Creo que el mejor regalo que puedo recibir de alguien es que me vea, que me escuche, que me entienda y que me toque. El mejor regalo que puedo dar es ver, escuchar, entender y tocar a otra persona…”
Si tuviese que resumir en una frase la conclusión de mis ya casi veinte años de experiencia en la dirección de personas, no podría hacerlo mejor que suscribiendo cada una de las letras de la frase de Satir.
Recuerdo una formación en la que, ante mi afirmación de que la naturaleza es sabia y si nos ha dotado de dos oídos y una boca será para que escuchemos más que hablamos, un alumno me dijo que esa frase estaba muy bien pero que no servía para nada. Sin embargo las leyes de la naturaleza, como muy bien reflejan autores como Stephen R. Covey en su libro “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva”, nos señalan el camino a seguir para resolver encrucijadas que la mente racional del ser humano se resiste a aceptar. Así vemos como en el medio acuático el Delfín, el Zorro entre los animales terrestres y el Búho entre las aves, son símbolos de inteligencia y causalmente el sentido del oído es el nexo común que podemos encontrar en los tres y que les hace tan inteligentes.
La ICF, organización mundial que se encarga de armonizar la profesión de Coach, se ha encargado de recoger la respuesta a la pregunta lanzada en muchos de sus cursos acerca de qué hacían las personas que nos marcaron para bien, que fueron un referente para nosotros, en nuestra infancia. El resultado es sorprendentemente revelador, pues una de las respuestas más repetidas es tan simple como: “Me escuchaba”.
Como gerente de mi propia empresa, cada día estoy más convencido de que mi principal función es escuchar a mi gente, tratar de entenderles, mirarles a los ojos y conectar a través del tacto. Cuando eso sucede, siento que la relación con las personas cambia radicalmente y mejora la confianza y con ella la motivación, la responsabilidad, el compromiso y por supuesto, los resultados.
Me atrevo a decirte que no creas nada de lo que te digo aquí, pero que por lo que más quieras, PRUEBALO!!!
Y ahora te toca pensar un poco… te invito a que te observes y te respondas:
- ¿Cuál es tu nivel de escucha cuando te hablan?
- ¿Cuánto tratas de comprender a los que te importan?
- ¿Cuánto enjuicias? ¿Para qué te sirve?
- ¿Cuánto tiempo dedicas a escuchar a tu gente?
- ¿Cuánto hace que no les miras a los ojos y les regalas tu escucha plena?
- ¿Cuál fue la última vez que te interesaste, de verdad, por ellos?
Quiero dedicar este artículo a mi madre Ana María, por ser ejemplo de escucha, de entrega a los demás, por el tiempo y la atención que dedica en general a todos los que nos relacionamos con ella y en particular por las horas de conversación inspiradora que siempre me regala… y por todas las que nos quedan por compartir.
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